viernes, 1 de mayo de 2015

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“De la historia del 1° de Mayo” Por Juan Zapato

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  • En 1885, una circular recorrió de mano en mano las filas del proletariado en Estados Unidos. Con las siguientes palabras, hizo un llamamiento a realizar acciones de toda la clase el 1° de mayo de 1886:
    “Un día de rebelión, no de descanso! Un día no ordenado por los voceros jactanciosos de las instituciones que tienen encadenado al mundo del trabajador. Un día en que el trabajador hace sus propias leyes y tiene el poder de ejecutarlas! Todo sin el consentimiento ni aprobación de los que oprimen y gobiernan. Un día en que con tremenda fuerza la unidad del ejército de los trabajadores se moviliza contra los que hoy dominan el destino de los pueblos de toda nación. Un día de protesta contra la opresión y la tiranía, contra la ignorancia y la guerra de todo tipo. Un día en que comenzar a disfrutar `ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas para lo que nos dé la gana'”.
    *****
    Hace cien años, el l° de mayo de 1886, una huelga general estalló por todo Estados Unidos. En pocos días culminó en los sucesos por siempre asociados con el nombre Haymarket. En 1889, el congreso fundador de la nueva, Segunda Internacional marxista declaró el Primero de Mayo un día para acciones mundiales del proletariado.
    En las luchas y explosiones de los últimos cien años, la tradición del Primero de Mayo se ha desarrollado y ampliado: como un día en que los proletarios conscientes de clase de todos los países evalúan su situación, hacen planes para el año siguiente, celebran el internacionalismo proletario y declaran su determinación de llevar su lucha a la meta final del comunismo por todo el mundo.
    En muchos países, hierven batallas por recobrar la tradición de lucha revolucionaria del Primero de Mayo, después de años en que los revisionistas lo han suprimido o le han arrancado su carácter fundamental.
    En 1984, el recién formado Movimiento Revolucionario Internacionalista divulgó su Declaración el Primero de Mayo, y desde entonces ha llamado a celebrar y luchar ese día en países por todo el planeta bajo consignas revolucionarias unificadas. Hoy, como a lo largo del siglo transcurrido, el Primero de Mayo concentra en forma embrionaria las perspectivas de la revolución mundial.
    A la luz de esta tradición del Primero de Mayo, damos un vistazo a los sucesos de Haymarket el día de su centenario.
    Chispas iniciales de una época revolucionaria
    Consideremos al mundo de hace cien años:
    El comunismo ya no era meramente el “fantasma” que describieron Marx y Engels en 1848; había surgido en carne y hueso, y estremecía las coronas de Europa.
    1871: La Comuna de París. Con los ejércitos burgueses en guerra en los límites de la ciudad, ¡los proletarios de París asaltaron el cielo! Tomaron el Poder por primera vez en nombre de los desposeídos y pusieron en marcha la transformación de toda la sociedad con una dirección radicalmente nueva: hacia la abolición de todas las clases y toda opresión.
    Pero el brillante año de 1871 llegó y pasó. Las clases dominantes de Europa reaccionaron brutal y tajantemente. En Francia, la Comuna murió ante pelotones de ejecución. En Alemania, el Estado prusiano respondió con las estrictísimas Leyes Antisocialistas de 1878, y el partido revolucionario tuvo que entrar a la clandestinidad. En Inglaterra, dominó otra forma de reacción: las riquezas de las nuevas colonias corrompieron tanto capas enteras de trabajadores que el movimiento obrero se sumió en un estupor.
    Por unos pocos momentos oscuros, la llama roja prendida en París parecía extinguida.
    De repente, ¡nuevos sonidos de guerra de clases desgarraron la tranquilidad… en un lugar totalmente inesperado! Del borde de las llanuras norteamericanas, Chicago, un tosco pueblo que apenas parecía parte del “mundo civilizado”. La revolución mundial había saltado a un continente totalmente nuevo, y no por última vez.
    Este brote de vida proletaria ocurrió el l° de mayo de 1886.
    La ciudad verdaderamente “moderna”
    En 1886, un escritor extranjero retrató a Chicago en una oración: “Un manto abrumador de humo; calles llenas de gente ocupada, en rápido movimiento; un gran agregado de vías ferroviarias, barcos y tráfico de todo tipo; una dedicación primordial al Dólar Todopoderoso”.
    Hoy algunos sostienen que, debido a los sucesos de Haymarket, el Primero de Mayo se debe considerar una invención americana. Esto es risible por muchas razones; una de ellas es el claro hecho de que si bien Chicago nació en suelo norteamericano, era una ciudad de “extranjeros”, arrastrados por el funcionamiento del sistema mundial a la periferia de una ciudad industrial.
    Engels escribió, en ese entonces, sobre la posición “excepcional” y “aristocrática” de los trabajadores nacidos en el país (blancos y anglos). Sin embargo, la gran mayoría de los proletarios, especialmente en ciudades como Chicago, eran de Alemania, Irlanda, Bohemia, Francia, Polonia, Rusia. Olas de inmigrantes arrojadas la una contra la otra… comprimidas en tugurios, azuzados en guerras étnicas, usadas las unas contra las otras.
    Muchos eran campesinos analfabetos, arrojados a una batalla ajena por sobrevivir. Pero otros ya estaban templados por la guerra de clases. Los proletarios de Alemania, en especial, tenían una conciencia contagiosa: aprendida, moldeada por una experiencia compleja, profundamente hostil al orden mundial dominante. Y, a su vez, estos radicales eran odiados, temidos y difamados.
    Un proletario se describió: “`Bárbaros, salvajes, anarquistas ignorantes analfabetos de Europa Central, hombres que no pueden comprender el espíritu de nuestras instituciones americanas libres’ Cde ellos soy uno”.
    Un año después de la Comuna de París, invierno de 1872: En Chicago miles, sin hogar y hambrientos a causa del Gran Incendio, hicieron manifestaciones pidiendo ayuda. Muchos llevaban en pancartas inscritas las palabras “Pan o sangre”. Recibieron sangre. Corridos al túnel debajo del río Chicago, fueron balaceados y golpeados.
    1877: Una gran ola de huelgas se extendió por las redes ferroviarias y prendió huelgas generales en los centros ferroviarios, entre ellos Chicago. Nació un liderato nuevo y radical, especialmente de inmigrantes alemanes, conectado con la Primera Internacional de Marx y Engels. A su lado estaba el activista oriundo de Estados Unidos Albert Parsons. Así se dio una concentración de experiencia política de dos continentes, del tumulto de Europa y el movimiento contra la esclavitud de Estados Unidos. Por ejemplo, en los años tumultuosos de la emancipación de los esclavos, Parsons fue un republicano radical y había desafiado la sociedad tejana respetable casándose con una esclava mestiza liberta, Lucy Parsons, quien llegó a ser una figura política inspiradora por su propia cuenta.
    En Chicago, las balas de la policía dispersaron las enormes reuniones de huelguistas de 1877.
    Bravo polvorín en preparación
    Antes, la vida en Estados Unidos, incluso para los inmigrantes pobres, era mejor que en los países que habían abandonado. Con el explosivo crecimiento industrial y el robo sistemático del continente a los mexicanos y los pueblos autóctonos, había escaseado la mano de obra; como resultado, el desempleo era poco y los sueldos eran relativamente altos. Además, ese recurso especial de Estados Unidos Ctierra gratis (es decir, robada)C le dio a sectores de la clase trabajadora por lo menos la esperanza de obtener propiedad. La esperanza de encontrar una oportunidad e incluso una manía especulativa alentaba a los trabajadores.
    No obstante, en la década de 1880 grandes cambios socavaron la base material de tales “Sueños americanos”.
    La clase capitalista había derrocado a los esclavistas del Sur unas décadas antes y durante la década de 1870 reasimiló a los esclavistas en un orden más moderno. Los esclavos recién liberados fueron desarmados, despojados de todo derecho político y atados al sistema semifeudal de aparcería. Todo el país sintió el viento político cambiar: de la reconstrucción radical a nuevos soplos de reacción triunfal.
    Al mismo tiempo, más o menos, se concluyó la última de las “guerras Indígenas”. El año 1886 fue el año de la retirada final de Gerónimo. En un par de años, agentes del gobierno asesinaron a Sitting Bull durante la rebelión del Baile de los Fantasmas. Para muchos trabajadores, la conquista final de los indígenas marcó el fin de los sueños de ir al “oeste”. No había más “tierras gratis” que robar, ni una “válvula de seguridad” para la reserva de mano de obra. Junto con eso, en 1873 ocurrió una devastadora “Gran Depresión” que duró dos décadas.
    El número de desempleados ascendió vertiginosamente. La automatización de labores especializadas produjo cambios históricos en la estructura de la clase obrera. La pobreza, con todas sus úlceras, se mostró como nunca.
    Habiendo aplastado a los indígenas, robado a México, derrotado a los esclavistas y traicionado a los esclavos, el capital estadounidense recurrió a engordarse con mano de obra importada en sus fábricas. Sin embargo, mientras la clase dominante consolidaba su sistema de oropel, en medio de la escualidez, hombres y mujeres comenzaban a tener nuevos sueños, sueños proletarios. En una babel de idiomas, estos sueños se expresaron en la política.
    La tempestad se prepara
    Después de 1877, las dos clases entendieron bien que pronto estallarían nuevos conflictos. En el horizonte la burguesía veía una “Comuna americana” y preparaba medidas sangrientas para reprimirla; en las ciudades principales convirtió los arsenales en fortalezas; transformó la Guardia Nacional en un ejército moderno con armas modernas; contrató grandes ejércitos privados de informantes, matones y Pinkerton (guardias privados).
    Los trabajadores también se preparaban, política y militarmente. Formaron sociedades secretas, tradeuniones y partidos de la clase obrera, y en su seno se debatía cómo deberían responder los oprimidos al deterioro de su situación. Hoy, cuando las palabras “movimiento laboral americano” evocan instantáneamente imágenes de chovinismo y reacción, es difícil imaginarse la luz radical que otrora emanaba de los sindicatos.
    En ese entonces los sindicatos eran redes semilegales (en la práctica, completamente ilegales) en las fábricas. La policía rutinariamente dispersaba las reuniones de los trabajadores, golpeando y encarcelando a los organizadores. Federico Engels escribe: “Están en un proceso total, constante de desarrollo y revolución; una masa en fermentación, en ascenso, de material plástico que busca el molde y la forma apropiada a su naturaleza inherente”.
    En ese entonces hacer huelga quería decir hacer guerra con todos los poderes de la sociedad. El reclutamiento de equipos de esquiroles en los hambrientos tugurios era cosa de todos los días. Los paros, incluso los que se concentraban en demandas claramente económicas, rápidamente revestían el carácter de rebeliones radicales y se extendían como un contagio a la clase.
    Chicago dio a luz un mundo particularmente radical. El núcleo del Sindicato Central de Trabajo (la mayor de las redes sindicales en competencia) lo constituían revolucionarios. En este contexto, los revolucionarios circulaban una prensa verdaderamente incendiaria: el periódico bisemanal en inglés de Albert Parsons, el Alarm,tenía de dos a tres mil lectores. August Spies era el director del diario en alemán Arbeiter Zeitung, con una circulación de cinco mil ejemplares. Salían otros órganos revolucionarios, y se realizaban estimulantes polémicas y propaganda en tres o cuatro idiomas.
    En 1885 el Sindicato Central de Trabajo de Chicago aprobó una resolución que concentra el estado de ánimo de los obreros: “Llamamos urgentemente a la clase asalariada a armarse para poder presentar a sus explotadores el único argumento que puede ser efectivo: la violencia”.
    Tales llamamientos no eran abstractos. En Chicago, un núcleo de trabajadores, en su gran mayoría de Alemania, formaron milicias armadas llamadas Lehr und Wehr Vereins (Asociaciones de Estudio y Resistencia) para responder del mismo modo a la violencia de los ejércitos privados de los patronos. También se formaron el Club Inglés (para los trabajadores angloparlantes), los Francotiradores de Bohemia (para los checoeslovacos) y un grupo francés. Hay crónicas de diez compañías, muchas dirigidas por veteranos de las guerras europeas y estadounidenses. No es de extrañarse que la burguesía respondiera en 1879 prohibiendo estas milicias obreras. A continuación se desenvolvió una lección prolongada de la democracia estadounidense. Mientras los ejércitos burgueses se fortalecían visiblemente a cada paso, los trabajadores llevaron su pleito hasta la Suprema Corte, que rechazó fríamente su “derecho constitucional de portar armas”. En un país donde seguían fuertes las tradiciones del viejo oeste, tal fallo fue un precedente muy extraño. Algunos “clubes de armas” se disolvieron; otros entraron a la clandestinidad.
    Mientras tanto, las fuerzas radicales de la clase obrera crecían paralelas al claro fracaso de las actividades electorales. En las urnas se reprimieron las aspiraciones de la clase obrera con los medios más crudos: votos fraudulentos, sobornos y ataques policiales.
    Como resultado, en los choques brutales de 1877 y sus complejas secuelas, un sector significativo del proletariado, concentrado especialmente en Chicago, comenzó a tener una profunda desconfianza del sistema constitucional del país como vehículo para la emancipación. Se les llamó “el elemento problemático”; una fúrica historia burguesa dice que “consistían principalmente de las clases más bajas e ignorantes de bávaros, bohemios, húngaros, alemanes, austríacos y otros que celebraban reuniones secretas en grupos organizados armados y equipados como los nihilistas de Rusia y los comunistas de Francia. Se autodenominaban socialistas. Su emblema era rojo”.
    Desafortunadamente, el principal partido socialista organizado de ese entonces, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), cayó bajo el control de reformistas que adoraban la arena electoral y rechazaban la lucha armada. Aunque esos revisionistas a veces se declaraban partidarios de Carlos Marx, eran precisamente gente de la calaña de la que Marx escribió: “Sembré dientes de dragón y coseché pulgas”. El PST expulsó a las fuerzas de Lehr und Wehr,diciendo que los trabajadores armados manchaban la imagen de su partido.
    La ideología socialista que prevalecía en los sectores de trabajadores de inclinaciones más revolucionarias era el anarquismo, en una forma sindicalista particular llamada “La idea de Chicago”.
    El aspecto revolucionario de la “idea de Chicago”
    La “idea de Chicago” se expresó en un manifiesto anarquista escrito en el Congreso de la “Asociación Internacional del Pueblo Trabajador” (IWPA), en Pittsburgh, en octubre de 1883; proclamó:
    AEste sistema es injusto, demente y asesino. Así que es necesario destruirlo totalmente con todos los medios posibles y con la mayor energía de parte de todos los que sufren bajo él y que no quieren ser responsables de que siga existiendo debido a su inactividad.
    AAgitación con fines de organización; organización con fines de rebelión. En estas pocas palabras se trazan los caminos que los trabajadores deben seguir si quieren deshacerse de sus cadenas…
    “Si pudiera haber dudas sobre este punto, hace mucho deben haberlas borrado las brutalidades que el burgués de todo país Cen América así como en EuropaC comete constantemente, cada vez que el proletariado en cualquier parte busca enérgicamente mejorar su situación. Salta a la vista que la lucha del proletariado con el burgués será de un carácter revolucionario, violento”.
    La “idea de Chicago” combatió específicamente la noción de que el terror y asesinato individual pueden destruir al opresor. Buscaba un movimiento de masas de la clase obrera que no abandonara la lucha por migajas. Para los revolucionarios y para la burguesía la Comuna de París era un modelo de lo que podría surgir.
    Para los historiadores revisionistas y de otro tipo que escriben sobre el primer Primero de Mayo, esta afinidad a la violencia revolucionaria es algo para esconder o criticar. Sin embargo, ¿qué revolucionario auténtico hoy puede encontrar aquí razón de crítica?
    La verdadera debilidad de la “idea de Chicago” y su movimiento radicó en su culto de la espontaneidad. Se creyó dogmáticamente que unas estructuras sindicales amorfas solas serían vehículos suficientes para una victoria revolucionaria. Esto provenía de los principios anarquistas de que solo es necesario romper el casco de la vieja sociedad con una huelga general resulta de los trabajadores y que un nuevo mundo surgirá automáticamente de la autoorganización de los oprimidos. Un “orden natural” místico, no un nuevo Estado revolucionario, era su meta. Planearon dispersar el poder estatal, no ejercerlo.
    La movilización de fuerzas
    Después de que el proletariado se recuperó de los sucesos de 1877, el movimiento se extendió como un incendio incontrolable, especialmente cuando se concentró en la demanda de la jornada de ocho horas.
    En 1884, una de las redes sindicales nacionales, la Confederación de Gremios Organizados y Tradeuniones, convocó a un día nacional de acción. El 1° de mayo de 1886, propusieron, los trabajadores simplemente impondrían la jornada de ocho horas y cerrarían las puertas de cualquier fábrica que no accediera. La demanda de ocho horas se iba a transformar de una demanda económica de los trabajadores contra sus patronos inmediatos a una demanda política de una clase contra otra.
    El plan recibió una tremenda y entusiasta acogida. Un historiador escribe: “Fue poco más que un gesto que, debido a las nuevas condiciones de 1886, se convirtió en una amenaza revolucionaria”. La efervescencia se extendió por todo el país. Por ejemplo, el número de miembros de los Caballeros del Trabajo subió de 100.000 en el verano de 1885 a 700.000 al año siguiente.
    No es necesario explicar por qué el “movimiento de ocho horas” recibió un apoyo tan ferviente. El día de trabajo típico era de dieciocho horas. Los trabajadores, literalmente, trabajaban hasta morirse; su vida la conformaba el trabajo, un descansito y el hambre. Antes de que los trabajadores como clase pudieran alzar la cabeza hacia lejanos horizontes, anhelaban momentos libres para pensar y educarse.
    En las calles, trabajadores alzados cantaban:


    “Nos proponemos rehacer las cosas.
    Estamos hartos del trabajo por nada,
    escasamente para vivir;
    jamás una hora para pensar”.
    El año 1886 fue un “año loco”. Incluso antes de la primavera, comenzó una ola de huelgas a nivel nacional. Dos meses antes del Primero de Mayo, escribe un historiador, “ocurrieron repetidos disturbios (en Chicago) y se veían con frecuencia vagones llenos de policías armados que corrían por la ciudad”. El director delChicago Daily News escribió: “Se predecía una repetición de los motines de la Comuna de París”.
    En las filas de los trabajadores, la tempestad que se preparaba suscitó un debate intenso. Varias tendencias políticas dudaban seriamente del movimiento… por razones diametralmente opuestas. El liderato altamente conservador de los Caballeros del Trabajo sacó una circular secreta con su posición. Este credo de “trabajo educacional paciente y lento” es muy reconocible hoy:
    “Ninguna asamblea de los Caballeros del Trabajo debe hacer huelga por el sistema de ocho horas el l° de mayo con la impresión de que están obedeciendo órdenes del liderato, porque tal orden no se dio y no se dará. Ni el patrón ni el empleado conocen las necesidades y las exigencias del plan de menos horas. Si una rama de trabajo o una asamblea está en tal condición, recordemos que hay muchos completamente ignorantes del movimiento. De los sesenta millones habitantes de Estados Unidos y Canadá, nuestra orden posiblemente cuenta con trescientos mil. ¿Podemos moldear el sentimiento de millones a favor del plan de menos horas antes del l° de mayo? No tiene sentido pensarlo. Aprendamos por qué nuestras horas de trabajo deben reducirse y luego enseñémoslo a otros”.
    El hecho de que el autor, Terrence Powderly, sentía un temor real de laconciencia (no la ignorancia) de los trabajadores se comprueba en otra sección de la circular que escribió:
    “Los hombres que tienen capital no son nuestros enemigos. Si esa teoría fuera verdad, los trabajadores de hoy serían el enemigo de sus compañeros de trabajo mañana porque, después de todo, lo que nos proponemos aprender es cómo obtener capital y cómo usarlo”.
    En contraste, los anarquistas criticaron el “plan de ocho horas” porque, como demanda, pensaban que no atacaba directamente al sistema. Igual que Marx, cuyas obras habían estudiado varios líderes, creían que “en vez del credoconservador, `un sueldo justo de un día por el trabajo justo de un día!’, (la clase obrera) debe inscribir en su estandarte la consigna revolucionaria:‘Abolición del sistema de salarios!'”.
    Sin embargo, a diferencia de Marx, los anarquistas no captaron el papel que un movimiento político de toda la clase podría jugar para aglutinar al proletariado en una fuerza consciente de clase. Albert Parsons militó mucho tiempo en las Ligas de Ocho Horas, pero hasta diciembre de 1885 escribió en su periódicoAlarma: “A nosotros, de la Internacional (hacía referencia a la anarquista IWPACOR) nos preguntan con frecuencia por qué no apoyamos activamente al movimiento de la propuesta de ocho horas. Echémosle mano a lo que podemos conseguir, dicen nuestros amigos de ocho horas, porque si pedimos demasiado podríamos no recibir nada. Contestamos: Porque no haremos compromisos. O nuestra posición de que los capitalistas no tienen ningún derecho a la posesión exclusiva de los medios de vida es verdad o no lo es. Si tenemos razón, pues reconocer que los capitalistas tienen el derecho a ocho horas de nuestro trabajo es más que un compromiso; es una virtual concesión de que el sistema de salarios es justo”. La prensa anarquista sostenía: “Aunque el sistema de ocho horas se estableciera en esta tardía fecha, los trabajadores asalariados… seguirían siendo los esclavos de sus amos”.
    Tal posición ignoraba el avance de la lucha de clases en ese momento: antes de esa década, la burguesía había jugado un papel predominante en el movimiento revolucionario y ejerció el liderato de la lucha contra el sistema de esclavitud. En este contexto, la demanda de “ocho horas” jugaba un papel crucial para diferenciar las nacientes corrientes proletarias de las de otras clases.
    Objetivamente, los trabajadores estaban trazando una línea de batalla entre clases y, a pesar de las tergiversaciones subsiguientes de los historiadores, así fue como llegaron a ver el “movimiento de ocho horas” todos los lados. Naturalmente, algunos trabajadores se apresuraron a unirse por razones no más elevadas que ganar un día de trabajo más corto para sí o para su taller. La naturaleza de todos los grandes movimientos es que atraen la participación de capas anteriormente pasivas e inconscientes del proletariado. Sin embargo, decir que eso fue la esencia de 1886, como lo hacen los revisionistas, es más que una mentira. Pretende establecer que el proletariado no tiene aspiraciones más elevadas que un poco de tiempo libre y bienestar dentro de este sistema.
    A diferencia de Powderly, los anarcosocialistas de Chicago, una vez que se dieron cuenta del impacto objetivo de tal movimiento histórico, simplemente no estaban dispuestos a ir contra la corriente. Echaron a un lado sus prejuicios previos y entraron a un movimiento, en gran medida espontáneo, para infundirle un contenido revolucionario.
    Parsons escribió que sus fuerzas se unieron “primero, porque era un movimiento de clase contra la dominación, y por eso histórico, evolucionario y necesario; y segundo, decidimos no mantenernos apartados para que no nos malentendieran nuestros compañeros de trabajo”.
    El 19 de marzo de 1886, el Arbeiter Zeitung escribió: “Si no nos movemos pronto para una revolución sangrienta, no dejaremos a nuestros hijos más que la pobreza y esclavitud. Así que prepárense, con toda discreción, para la revolución”. Las Lehr und Wehr Verein cobraron fuerzas; al aproximarse la primavera contaban con más de mil militantes. Se hablaba de milicias de defensa similares en Cincinnati, Detroit, St. Louis, Omaha, Newark, Nueva York, San Francisco, Denver y otras ciudades.
    Al aproximarse el día definitivo, marchas semanales recorrían las calles de Chicago con pancartas así: “La revolución social”, “Abajo el trono, el altar y los adinerados” y “Obreros ármense”. Durante las marchas nocturnas, con antorchas iluminándoles la cara, los trabajadores cantaban:


    Millones de trabajadores están despertando
    ahí están marchando adelante.
    Todos los tiranos están temblando
    antes de que se desvanezca su poder.
    La víspera del Primero de Mayo, el Arbeiter Zeitung publicó los siguientes pasajes, que muestran el tono de confrontación que imperaba:
    “¡Adelante con valor! El Conflicto ha comenzado. Un ejército de trabajadores asalariados está desocupado. El capitalismo esconde sus garras de tigre detrás de las murallas del orden. Obreros, que vuestra consigna sea: ¡No al compromiso! ¡Cobardes a la retaguardia! ¡Hombres al frente!”
    La suerte está echada. Ha llegado el Primero de Mayo. Durante veinte años el pueblo trabajador ha venido pidiendo que los concusionarios establezcan el sistema de ocho horas, pero lo han entretenido con promesas. Hace dos años los trabajadores decidieron que se debe introducir el sistema de ocho horas en Estados Unidos el primer día de mayo de 1886. En todas partes, se reconoció lo razonable que era esta demanda. Todos, aparentemente, estaban a favor de reducir las horas; pero al aproximarse la hora, se perfiló un cambio. Lo que en teoría era razonable y modesto pasó a ser insolente e irrazonable. Finalmente quedó claro que el himno de ocho horas se cantó solamente para alejar a los burros de trabajo del socialismo.
    “Que los trabajadores pueden insistir enérgicamente en el movimiento de ocho horas, jamás se le ocurrió al patrón…. Lo que hay que ver es si los trabajadores se someterán o harán que sus verdugos potenciales reconozcan las ideas modernas. Esperamos que sea lo último”.
    Ese número del periódico publicó una advertencia prominente: “Se dice que en la persona de uno de los camaradas arrestados en Nueva York se encontró una lista de miembros y que a todos los camaradas comprometidos los han arrestado. Así que, destruyan todas las listas de miembros y libros de acta donde se tengan tales cosas. Limpien sus armas, completen sus municiones. Los asesinos a sueldo de los capitalistas, la policía y la milicia, están listos a matar. Ningún obrero debe salir de su casa en estos días con los bolsillos vacíos”.
    La clase dominante también hacía sus preparativos, apuntando especialmente al liderato de los trabajadores. El Chicago Mail sacó un editorial ominoso: “Hay dos rufianes peligrosos sueltos en esta ciudad; dos cobardes escurridizos que se proponen armar bronca. Uno se llama Parsons; el otro se llama Spies…. Obsérvenlos hoy. No les quiten el ojo de encima. Háganlos personalmente responsables de cualquier problema que ocurra. Denles un castigo ejemplar si ocurren problemas”.
    haymarketcol
    ¡Primero de Mayo!

    Esta entrada fue publicada el 1 mayo 2015 en 9:39 am y etiquetada con  y publicado el Uncategorized. Puedes seguir las respuestas a esta entrada a través de este feed RSS 2.0 .

    La historia del 1 de Mayo ¨ La torre de Babel¨

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